OLYMPUS DIGITAL CAMERA

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

El siguiente trabajo busca analizar el vínculo existente entre el modelo de gestión colectivo que se desarrolló en la zona para agregar valor mediante la caracterización de las mieles y su posterior comercialización

La apicultura en el noroeste de la provincia de Córdoba depende de la flora nativa y los apicultores familiares dependen de su capacidad de asociarse. Ambos conceptos van de la mano y ha sido el camino recorrido por los apicultores de la región al fundar cooperativas y  trabajar arduamente para preservar ese bien común.
El objetivo de este artículo desarrollado por Miguel Barreda, Clemencia Barberena, Sara Molina Ortiz y Sandra Ledesma que nuestro medio presenta en versión periodística es analizar el vínculo existente entre el modelo de gestión colectivo que se desarrolló en la zona para agregar valor mediante la caracterización de las mieles y su posterior comercialización, y la defensa y preservación de la flora nativa de la región así como los desafíos para que este proceso sea de sinergia.
El arco noroeste de la provincia de Córdoba abarca los departamentos de San Alberto, San Javier, Pocho, Minas, Cruz del Eje, Punilla, Ischilín, Tulumba, Sobremonte y Río Seco –pertenece al extremo sur de la región fitogeográfica del Gran Chaco Sudamericano– y ocupa aproximadamente 1.141.000 km2.

La flora nativa como un bien común resulta ser transversal y esencial en todas las fases de producción. El beneficio que un apicultor obtiene de ella se materializa junto al de los demás, no en contra ni prescindiendo de los otros.
Es la segunda región boscosa más extensa de América del Sur después de la selva amazónica. Esta gran región se encuentra en un 59% en la Argentina, el 23% en Paraguay, el 13% en Bolivia y el 5% en Brasil, y en ella existen especies arbóreas como quebracho blanco y colorado, algarrobos, mistól y chañar; arbustivas como jarilla, chilca, tintinaco, garabato macho, garabato hembra, pichanilla y herbáceas como incayuyo, palo amarillo, poleo y té de burro. La pertenencia a esta gran ecorregión la hace rica en biodiversidad y especialmente en flora nativa que es la fuente de recursos naturales para la apicultura en la región, llamada en el noroeste de Córdoba “apicultura de monte nativo”.
Las mieles que se producen tienen el mayor contenido polínico que las del centro de Argentina, característica que le confiere una alta calidad nutritiva y terapéutica, al igual que el polen y los propóleos. A su vez, la variedad existente hace que se las puedan caracterizar y comercializar como uniflorales o multiflorales. Esta es una práctica común de los apicultores al realizar cosechas diferenciadas de mieles uniflorales de algarrobo, mistól, chañar, jarilla, y chilca.
Si bien, históricamente, la región se ha caracterizado por tener baja productividad en miel (20-25 kg-colmenas-año) en comparación con los rendimientos obtenidos en la zona productora núcleo (50-70 kg-colmena-año), las transformaciones que se dieron en las distintas regiones del país en las últimas décadas, fundamentalmente por la expansión de la frontera agropecuaria y la intensificación de la producción, provocaron cambios en la actividad agropecuaria así como en las formas de acceso y uso de los recursos naturales. En consecuencia, la zona núcleo disminuyó drásticamente su productividad en kilos de miel y un alto porcentaje de apicultores debieron abandonar su actividad. Esta situación otorgó mayor preeminencia a los sistemas productivos del noroeste debido a la demanda que provocó tanto en formación de la producción primaria como en la diversificación de productos apícolas, alternativas de agregados de valor y comercialización. Esta demanda inusitada generó la necesidad, por parte de los productores involucrados en la actividad, de preservar la flora nativa que le confiere las características únicas a las mieles de la región. El objetivo de este artículo es analizar el vínculo existente entre el modelo de gestión colectivo que se desarrolló en la zona para agregar valor mediante la caracterización de las mieles y su posterior comercialización, y la defensa y preservación de la flora nativa de la región así como los desafíos para que este proceso sea de sinergia.

La flora nativa como bien común

La flora nativa como un bien común resulta ser transversal y esencial en todas las fases de producción. El beneficio que un apicultor obtiene de ella se materializa junto al de los demás, no en contra ni prescindiendo de los otros, por lo que si el bien –la flora nativa– es común, también la planificación y la gestión deben serlo. Esta gestión colectiva de la flora nativa requiere de organización y la misma se define como la coordinación planificada de las actividades de un grupo de personas para procurar el logro de un objetivo común, a través de la división del trabajo y funciones, y a través de una jerarquía de autoridad y responsabilidad, y es en este proceso en donde se manifiesta la enorme vinculación que existe entre la apicultura de monte nativo con el mundo cooperativo.

Esta gestión colectiva de la flora nativa requiere de organización y la misma se define como la coordinación planificada de las actividades de un grupo de personas para procurar el logro de un objetivo común.

Si bien el apicultor familiar tiene la característica de generar un vínculo con sus colmenas y los criterios de manejo del apiario se adecuan a cada uno según las zonas –los tiempos disponibles, la edad y el género–otras actividades –como la compra de insumos y la venta de productos– requieren de acciones colectivas para conseguir mayores beneficios por lo que este camino lleva a la práctica de empezar a tomar decisiones en conjunto. Lo descrito anteriormente, junto a las políticas públicas implementadas que permitieron el acceso a los financiamientos de manera asociada entre productores, llevó a que los apicultores se agruparan y formaran sus propias cooperativas, e iniciaron así un camino que fue acompañado por diversas instituciones.

Los procesos temporales y las actividades que se describen se pueden explicitar en tres fases: la formación de referentes, la formación de cooperativas y el fortalecimiento del entramado territorial apícola.

Inicialmente, los apicultores participaban esporádicamente en reuniones para solucionar problemáticas particulares a partir de las cuales se comenzaba a trabajar por cercanía geográfica en sistemas de asistencia técnica y capacitación.

En el año 1983, se generaron espacios cooperativistas para jóvenes en escuelas agropecuarias en el noroeste de la provincia de Córdoba. En la década del 90, existían en esta región siete grupos del programa “Cambio rural” y cinco grupos apícolas del ex “Programa social agropecuario”, de los que surgieron referentes locales que son el vínculo con las instituciones. En el transcurso del 2004, con apoyo de Cáritas Argentina, jóvenes de la zona accedieron a financiamiento para insumos, maquinarias, herramientas y acompañamiento técnico y se consolidaron los grupos de jóvenes. Este proceso iniciado permitió que los apicultores de San Marcos Sierra, Cruz del Eje, Ischilin, Deán Funes, San Carlos Minas, Sebastián Elcano, Villa de Soto, Serrezuela y Guanaco Muerto afianzaran los procesos socio-organizativos y constituyeran las cooperativas apícolas que luego pudieron acceder a subsidios para mejorar la infraestructura de las salas de extracción, la adquisición de equipamiento para aumentar la producción o la incorporación de nuevos productos, así como la capacidad de fortalecer la gestión de las mismas.

Otro hecho a destacar fue la vinculación entre las cooperativas y la participación activa en federaciones como la Federación Argentina de Cooperativas Apícolas y Agropecuarias Limitada (FACAAL) y la Federación de Cooperativas Apícolas (FECOAPI). Esto resultó en una mayor complejidad en la interacción y una mayor madurez de los integrantes.

La tercera etapa que se identifica en la apicultura del monte nativo lo constituye el denso entramado territorial en el que están insertos los apicultores de la región a través de los grupos de cambio rural, organizaciones campesinas y estudiantiles, cooperativas, federaciones, universidades, ministerios, tanto nacionales como provinciales. Esto ha permitido que las convocatorias a diversas actividades sean más amplias y participativas.

En la actualidad

Actualmente, se encuentran en funcionamiento programas de desarrollo como “Cambio rural II” del INTA, con cinco grupos activos que involucran a cincuenta productores, productores familiares organizados en el Movimiento Campesino de Córdoba con participación de la Red de Comercio Justo así como los relacionados a la SAF y productores organizados en cuatro cooperativas: Cooperativa Apícola de Villa de Soto, Cooperativa Apícola Ischilín COOAPIS, Cooperativa de Apicultores del Noroeste de Córdoba, APINOC Ltda. y Cooperativa Agropecuaria La Regional. De estas cooperativas, tres cuentan con sala de extracción de miel y de fraccionamiento habilitadas y prestan servicios a terceros. Una tiene en construcción un laboratorio de caracterización de origen floral y geográfico de mieles y propóleos de monte nativo.
En cuanto a la comercialización, la forma más frecuente es la venta a granel, sin ningún grado de diferenciación, a acopiadores que recorren y compran en toda la zona. La misma se complementa con una fracción de venta al menudeo desde los productores con sustento en una gran base de vinculación territorial, fortalecidos por los puntos turísticos, en los corredores del Valle de Traslasierra y Valle de Punilla. Toda esta diversidad de actores y procesos “disputan” el acceso y uso de la flora nativa.

En este recorrido, se puede concluir que, dado que la flora nativa es indispensable como fuente de recursos naturales para la apicultura en el noroeste de Córdoba, es de vital importancia realizar un manejo integral del monte, conjuntamente con otros sectores productivos, en un marco de ordenamiento territorial. También, en esta etapa es necesario el acompañamiento de las instituciones públicas y privadas presentes en el territorio, que tomen conocimiento de sus prácticas, acompañen la gestión y aporten a la generación e implementación de políticas públicas que preserven este bien común. Es necesario facilitar los mecanismos para una gestión adecuada, racional, eficiente y al mismo tiempo conservadora de esos bienes comunes.