Una investigación señala que las abejas sufren más frío en las colmenas actuales

El investigador Derek Mitchell asegura que las abejas sufren más frío del que debería porque las colmenas que utilizan los apicultores están mal diseñadas.
Las colmenas que utiliza la apicultura actual empezaron a desarrollarse a partir del siglo XVIII y se consolidaron en el siglo XIX, después de que Lorenzo Langstroth descubriera el célebre “paso de abeja”. Desde entonces, todas las colmenas comerciales tienen estructuras similares: cajas de madera u otro material y forma más o menos cuadrangular y desarrollo vertical, con paredes bastante finas.
Sin embargo, Derek Mitchell, un investigador de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido, asegura que el diseño habitual de las colmenas comerciales no responde a un criterio científico correcto y, por su culpa, las abejas sufren más frío del que deberían, especialmente en invierno.
Mitchell, que es ingeniero en Mecánica y especialista en termofluidos, explica en una investigación publicada por el muy prestigioso Journal of the Royal Society, que las colmenas se diseñaron así por un error de observación. Apicultores y científicos pensaban que el bolo invernal (la piña que forman las abejas durante el invierno) era una respuesta para mantener la colonia cálida. En cambio, Mitchell asegura que esa piña es una reacción de angustia ante el frío que sufren en las colmenas comerciales.
1 – Por qué las abejas sufren más frío del que deberían
Los trabajos de Derek Mitchell parten de un análisis de lo que la apicultura viene diciendo históricamente sobre cómo invernan las abejas. Según sabe cualquier apicultor y dicen todos los libros y manuales, las abejas forman racimos o piñas, agrupándose sobre los panales interiores de la colmena. La idea es que esa piña mantiene un núcleo caliente en el que estaría la reina, protegida del frío exterior por toda la colonia. Ese núcleo debe estar al menos a 18º. En cambio, las partes externas de esos bolos invernales están más frías, cayendo incluso a los 10º o menos, lo que pone en peligro la vida de las obreras que están en esos extremos. Pero las abejas se relevarían para mantener el calor interno y no morir de frío en los bordes.
Como complemento a esta idea, se propuso otra: las abejas consumen miel (azúcares) para generar calor en el interior del bolo invernal y mantener así la temperatura. Sería su combustible.
Estas ideas han sido aceptadas históricamente y, según Mitchell, han servido para justificar la construcción y empleo de colmenas de paredes muy finas incluso en territorios de inviernos muy fríos y crudos. Como las abejas eran capaces de mantener el interior cálido, no era necesario utilizar materiales más gruesos o aislantes de mayor calidad (y más caros).
Sin embargo, la investigación que presenta ahora Mitchell señala que es un error de la ciencia. Según demuestran sus observaciones, esa agrupación que llevan a cabo las abejas en invierno no es una respuesta natural contra el frío, sino, en realidad una “huida” del frío. Las abejas se apiñan tratando de estar calientes, lo que genera un estrés que, en realidad, disipa calor en lugar de conservarlo. Es decir, formar la piña no es algo benéfico, sino un problema.
En esa reacción instintiva de buscar el calor hace que las abejas vayan pasando hacia el interior, donde sufren un alto esfuerzo para producir temperaturas altas. Al tiempo, esa respuesta de angustia también produce esa capa exterior de abejas que protegen a las que están dentro. Pero es una protección que surge de forma accidental, no sería un comportamiento natural, según este investigador.
Mitchell ha comprobado que, cuando aumenta el frío, las abejas que están en el exterior del racimo entran en lo que llama un “cierre hipotérmico”: no son capaces de producir calor. A medida que eso sucede, el bolo invernal se aprieta y comprime, produciendo malestar en las abejas.
Explica que a medida que se aprietan unas con otras, las abejas aumentan su conductividad térmica: más calor fluye a través de sus cuerpos y se escapa del racimo, porque el calor siempre trata de ir hacia las regiones frías. Así, cuanto más frío tienen las abejas del exterior del bolo, más calor se escapa.
Convección y conducción del calor
Para entender mejor la investigación de Mitchell, es necesario comprender las nociones de conducción y convección. Este investigador ha utilizado cámaras térmicas para analizar cómo circula el calor entre las abejas y ha constatado que no lo hace siempre igual.
En general, explica que el calor en la colmena se mueve por convección: como un fluido, ocupando los espacios huecos y las corrientes de aire, como haría un gas. Sin embargo, a medida que el bolo de abejas se aprieta, los huecos desaparecen y el calor se mueve por conducción: contacto directo entre los cuerpos. Es decir, el calor pasa de una abeja a otra porque están tocándose muy estrechamente.
Esta segunda forma de transmitir el calor es menos eficiente, porque la conductividad hace que se reduzca el aislamiento y el calor escape hacia las zonas más frías.
Con esta idea, Mitchell señala un factor clave: la porosidad del racimo de abejas. Si el bolo es poroso, está poco apretado, el calor circula y se mantiene una temperatura mejor. Si el bolo se aprieta y es menso poroso, el calor se disipa más fácilmente. Es decir: cuanto más se aprietan las abejas, peor, según este investigador.

2 – Abejas en la naturaleza: otra forma de conservar el calor
Mitchell explica que, en la naturaleza, las abejas no sufren tanto frío. Los enjambres naturales buscan habitáculos que mantienen mejor el calor que las colmenas comerciales. Por ejemplo, huecos dentro de árboles, cavidades naturales en rocas o, muchas veces, en el interior de edificios.
En todos estos lugares, las paredes son mucho más gruesas y aislantes que en las colmenas tradicionales de madera o materiales plásticos. Por ejemplo, frente a los dos centímetros escasos de grosor que tiene la pared de una colmena Langstroth, un árbol puede ofrecer más de diez o quince centímetros. Incluso mucho más.
Así, en ese tipo de habitáculos, Mitchell explica que las abejas no necesitan hibernar. Simplemente pasan el invierno manteniendo temperaturas bastante por encima de 18º, “incluso en inviernos de -40º”.
Sin embargo, como la observación científica de las abejas se ha hecho casi siempre sobre colmenas comerciales, Mitchell cree que se ha llegado a una conclusión errónea sobre cómo gestionan las abejas el frío. El investigador señala que las colmenas artificiales tienen “propiedades térmicas muy diferentes en comparación con su hábitat natural de huecos de árboles de paredes gruesas”.

En este sentido, Mitchell considera que los apicultores y los científicos han evaluado históricamente mal la capacidad de las abejas para mantenerse calientes, lo que los ha llevado a trabajar con colmenas de paredes muy finas que apenas mantienen el calor. Por tanto, la apicultura actual, con esas colmenas mal diseñadas, estaría haciendo que las abejas sufren más de lo que deberían, lo que, a juicio de Mitchell, podría considerarse “crueldad”.
El científico asegura que una colmena de poliestireno, para ser eficaz, debería tener paredes de al menos tres centímetros de grosor, algo que no es habitual en la apicultura actual.
3 – Repensar las colmenas para que no sufran tanto
Mitchell señala que sus investigaciones requieren de más trabajo para encontrar mejor las claves del comportamiento del calor en las colonias de abejas. Sin embargo, plantea desde ya la necesidad de repensar las colmenas actuales, por las que las abejas sufren más frío del que deberían.
Además, señala como inútiles o absurdas prácticas como refrigerar las colmenas en verano. Esto se hace, por ejemplo, en California, donde se experimenta con el almacenamiento de las colonias en almacenes refrigerados para ayudar a las abejas a superar el fuerte calor estival y, de paso, provocar una parada de la cría que ayude a tratar la varroa.
Para Mitchell, esta práctica es un error que somete a la colmena a un estrés innecesario y, por tanto, no debería llevarse a cabo.
Al tiempo, este científico británico señala que es urgente “cambiar las prácticas apícolas para reducir la frecuencia y duración de las agrupaciones” (piñas) de abejas, lo que probablemente pase por repensar las colmenas.
Parece necesario trabajar con materiales que aíslen mejor en invierno: maderas más espesas y tablas más gruesas, o uso de poliestirenos u otros materiales plásticos que ya han demostrado que ofrecen mejores aislamientos a las abejas.
Así, se lograría evitar esta situación en la que, por un error de apreciación, las abejas sufren más frío del recomendable.